Si muestras que te duele, muestras debilidad. Y si eres débil no hay lugar para ti en este mundo. Hazte astronauta, vete a vivir a un country, depílate, sueña con ser un metrosexual, lo que sea, pero aquí no.
Así, busca causa y efecto; participa de mi brillante recuerdo y de mi absoluta sinceridad y llega a la conclusión que quieras. Construye montañas de elipses y bastiones de lógica de interpretaciones de la verdad que te he dado. Y si he ganado tu credibilidad retratándome abiertamente, con fragilidades incluidas, créeme si te digo lo siguiente: he alcanzado puntos de poder y de lucidez que no pueden medirse por ningún parámetro lógico, místico o humano. Tal era la santidad de mi locura.
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Y le digo más: si ya meditó sobre esta causalidad que es la vida en general y la suya en particular, le comento que esa energía que usted empleó para reflexionar - la inteligencia - también es casualidad.
Así como lo lee.
La inteligencia es una casualidad.
En cada reproducción de células del ADN, en cada "generación", digamos, hay errores. De esos errores viene la diversificación, la inteligencia, la evolución.
¿Qué me contursi?
Es para volverse loco, ¿no? Es como si el Génesis dijera: "Y en el sexto día a Dios se le rompió el preservativo".
Somos una macana del destino, un desatino.
Fortuito.
Esé era el apellido de Adán.
¡Terminemos con esto de una vez! "¡Tenes que ser vos mismo! ¡Hay que ser uno mismo!"
¿A qué "yo mismo" me debo referir si no soy el mismo nunca?
¡No soy el mismo ni siquiera en el transcurso del día!
No soy el mismo que se levanta de malhumor, respirando odio y rencor, que el ser alegre que consigue un descuento; no es el mismo yo que sube al auto jurando por sus seres queridos que nadie lo va a pasar, que el yo que se engalana de maravillas cuando se saca una foto con un famoso.
¡Esto lo sabe cualquiera con diez pesos de frente! No-hay-manera-de-ser-uno-mismo. El mundo no está programado para eso.
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