Así, busca causa y efecto; participa de mi brillante recuerdo y de mi absoluta sinceridad y llega a la conclusión que quieras. Construye montañas de elipses y bastiones de lógica de interpretaciones de la verdad que te he dado. Y si he ganado tu credibilidad retratándome abiertamente, con fragilidades incluidas, créeme si te digo lo siguiente: he alcanzado puntos de poder y de lucidez que no pueden medirse por ningún parámetro lógico, místico o humano. Tal era la santidad de mi locura.
Me imagino a mujeres flacuchas, extrañas, ataviadas con un vestido de saco estilo campesino, con gafas enormes y un montón de gatos a los que hablan como si fueran niños. O mujeres tristes y entradas en carnes, mujeres de jovialidad angustiada que se menosprecian a sí mismas, sudando bajo un kilo de maquillaje mientras exploran los abismos de su agenda de posibles pretendientes en su incesante búsqueda de un orgasmos que no funcione con pilas alcalinas. O son divorciadas, andrófobas resentidas y desconfiadas que buscan una nueva escupidera donde lanzar su bilis, o bien están sumidas en el miedo y la soledad, y dispuestas a pescar a cualquier hombre con quien poder compartir la cama y las letras de la hipoteca. Y después están las fetichistas, vampiresas que se alimentan con la sangre del dolor, que desean lamerme las lágrimas de la cara y absorber mi inmensa tristeza en sus corazones inflamados.
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